5/1/16

El Guernica

Autor: Pablo Ruiz Picasso
Creación: 1937
Ubicación: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid (España)
Técnica: Óleo sobre lienzo
Dimensiones: 349,3 x 776,6 cm

El Guernica

Contextualización y temática


Cuadro de grandes dimensiones realizado en 1937 por Pablo Picasso para el pabellón de la República española en la Exposición Universal de París de ese mismo año. Tras muchos años en depósito en Estados Unidos, llegó a España, instalándose definitivamente en el Museo Reina Sofía.

El tema gira en torno a los horrores de la guerra. Picasso, frente al encargo de la República española, inmersa en plena guerra civil después del alzamiento militar, se ve conmocionado por las noticias del bombardeo de la ciudad vasca de Guernica. La noticia fue titular en todos los periódicos que destacaban la brutalidad de la acción, ejercida sobre una pequeña ciudad sin interés militar, desarmada y tan sólo ocupada por población civil. Sobre este motivo, comienza a construir el gran lienzo.

A través de numerosos apuntes y varias versiones del cuadro completo, Picasso poco a poco va decantando los motivos concretos del bombardeo para ir concentrando toda la violencia en símbolos y figuras que dejan de remitirse al hecho concreto. En este proceso, Guernica deja de ser un puro cuadro histórico para convertirse en un grito contra la guerra desde el punto de vista de la víctimas, una reflexión sobre la destrucción y el dolor aplicable a cualquier tipo de conflicto, convirtiendo un hecho concreto en una obra universal, comprensible sin necesidad de conocer los detalles concretos.

Interpretación simbólica de los personajes


En cuanto a los personajes representados, son todos ellos víctimas, sin la aparición de ningún soldado. Su interpretación ha sido muy cuestionada, negándose reiterativamente el pintor a darles un significado concreto.

El toro: leyendo el cuadro de izquierda a derecha y de arriba abajo la primera figura con la que nos encontramos es el toro. Es un símbolo recurrente en las obras de Picasso, y en este caso normalmente se asimila como un autorretrato. Se interpreta como el autor horrorizado al ver tal atrocidad, con unas orejas en forma de puntas de cuchillo escuchando los gritos de dolor y protegiendo a la figura de la madre que se sitúa justo debajo de él. Así que el toro es él, el propio Picasso, el testigo necesario para clamar al mundo la brutalidad de la guerra.

El toro de El Guernica

 La madre con el hijo: justo debajo del toro se encuentra, resguardada por el animal, la figura de la madre que sostiene a su hijo muerto. Esta figura, como muchos habréis adivinado, al igual que la composición, también es clásica: La Pietà, el símbolo del dolor de una madre por antonomasia.

En esta composición son muy importantes las cabezas de dichos personajes. Por un lado, la del niño, que con la cabeza dramáticamente caída y los ojos en blanco, sin pupila, nos hace adivinar que está muerto. Por otro, la madre, cuya posición de la cabeza nos sugiere que busca el consuelo imposible del cielo, o incluso del animal. Sus ojos, muy importantes para este personaje, tienen forma de lágrima, otro símbolo más del desconsuelo de la mujer, además de la punzante lengua que imprime en nuestras mentes un agonizante chillido de dolor.

La Madre con el Hijo de El Guernica

 El guerrero: dibujando la base del triángulo compositivo se encuentra en la parte baja del cuadro el guerrero muerto. En los bocetos iniciales este personaje era representado como un gran héroe clásico, con su casco helénico y la lanza junto a su cuerpo, pero en el proyecto final se rechazó tal idea. De este modo se transmite esa idea de vulnerabilidad de los personajes, de representar que la ciudad estaba indefensa contra el cruel ataque.

Además, otra referencia al clasicismo bastante importante en esta obra son los estigmas que se representan en muchas de las manos que aparecen en la obra. Inevitablemente se relacionan los cuerpos yacentes con los de Jesucristo, para así cambiar las tornas del gran guerrero cristiano, Francisco Franco.

Pero aún hay otro símbolo más, también clásico, aunque esta vez modernizado por la forma cómo se representa. Se trata de la flecha ascendente que se encuentra junto al guerrero, simbolizando así la ascensión de su espíritu al cielo.

El Guerrero de El Guernica

Las luces: fijándonos otra vez en la composición general del cuadro, se ve perfectamente como los dos focos de luz están en la cúspide de la jerarquía piramidal. Y es que esos dos focos representan las dos grandes potencias y bandos de la guerra civil española. Por un lado, la enorme lámpara se nos presenta como un gran ojo controlador que todo lo ve y todo quiere dominar. Justo a su lado, un pequeño quinqué fuertemente agarrado por el hermoso y musculado brazo de un civil – que más abajo describiremos – se abre camino ante el desastre. De este modo se nos presenta una dualidad, la dualidad de la guerra civil, del bien y del mal.

A parte de los objetos, el hecho de tratar el tema de los focos de luz nos da pie a analizar la luz en sí misma. Durante gran parte de la historia del arte la luz ha sido portadora de la belleza, de la fuerza, del honor. En este cuadro, por el contrario, se nos presenta la luz como el objeto exterminador, como la herramienta que se usa para la matanza nocturna.

Lo que se refiere al personaje portador del quinqué, muchos coinciden en que es una figura alegórica a la República que, devastada por lo que están viendo sus ojos, se lleva la mano al pecho, un símbolo universalmente patriótico.

Las Luces de El Guernica

El caballo: se trata del objeto, ópticamente hablando, principal del cuadro – debido a su situación y tamaño dentro de la obra. En este se adivina una gran herida romboidal, de un contraste extremo entre el blanco y el negro que la forman, enfatizando así los horrores y la brutalidad de la situación. Además el autor dispone sobre el mismo animal una lanza que lo atraviesa mortalmente, un símbolo grabado en su mente – al igual que el toro – gracias a una corrida de toros a la que asistió en su visita a España en el año 1934.

Otro detalle indispensable para comprender bien el cuadro se esconde en la textura que Picasso y Dora, su segunda amante, le dieron al cuerpo del animal. Si observamos el conjunto, uno se da cuenta como esa textura favorece a que el cuerpo del caballo se disuelva en un mar de letras de periódico. Las marcas son ilegibles pero por encima de ellas está la cabeza que todo lo domina, la fuerza del arte abriéndose camino entre el zumbido de noticias.


El Caballo de El Guernica

La mujer coja: esta mujer, que parece que intenta escapar de tal situación, se dirige hacia la luz aunque parece paralizada al ver el horror que ésta ilumina. Destaca de esta figura la pierna izquierda que muchos críticos consideran ya muerta, por el color que tiene comparándola con la otra pierna de la misma figura. Su brazo parece disponerse en dicha extremidad para tapar una posible hemorragia. Otra vez, otro personaje figurativo de otro tipo de horror de la guerra: el intento de huida de los supervivientes.

La Madre con el Hijo de El Guernica

El hombre (¿mujer?) en llamas: este personaje representado a la derecha del cuadro representa para muchos los ciudadanos de Guernica que murieron a causa de la lluvia de bombas incendiarias que terminó por arrasar la población. Dicha persona, dispuesta como el personaje central de El Tres de Mayo de 1808 en Madrid de Francisco de Goya, alza sus brazos al cielo como implorando a la implacable aviación que deje de bombardear la ciudad.

El Hombre en Llamas de El Guernica

La paloma: en medio de este horrible caos el artista decide colocarnos una pequeña y casi indistinguible referencia a la paz: una paloma. Cabría esperar que ésta tuviera un papel primordial en el cuadro o al menos un color blanco puro, pero no. El artista representa así la paz del pueblo rota, ensuciada y asesinada por las tropas italiano-alemanas. Una paz que, juntamente con los personajes representados, parece exclamar al cielo que cese la violencia.

La Paloma de El Guernica

La flor: en los bocetos iniciales de El Guernica, Picasso muestra bastantes más símbolos de esperanza que la finalmente representada tímida flor. Empieza con un puño alzado, con Pegaso emergiendo de la herida del caballo… pero termina en una simple y humilde flor.

¿Por qué termina la esperanza reprimida en esa diminuta flor? Porque Picasso no representaba el resurgir del pueblo español, no representaba la esperanza de conseguir un mundo mejor, Picasso representaba su propia versión de Los Desastres de la Guerra de Goya. Aquí no hay esperanza, tan sólo queda espacio para la brutalidad y la desesperación. Esto es la guerra. Esto es Arte.

La Flor de El Guernica

Organización compositiva y técnica de dibujo


La composición recuerda a la de los trípticos, dividida en tres sectores. El central se ordena en una forma triangular en torno al caballo, incluyendo en su zona baja la estatua y la mujer que avanza. A ambos laterales de este grupo central se crean dos triángulos rectángulos que se compensan en sus figuras. Todo lo dicho nos confirma un fuerte estudio de la escena, buscando una organización clara y basada en zonas bien delimitadas que permitan una mejor comprensión de la escena, pensada para su exposición ante un público no demasiado entendido.

El dibujo participa de esta renovación de técnicas explicada anteriormente. En él podemos descubrir experiencias anteriores de Picasso, como el cubismo. Partiendo de la idea de negación del punto de vista único, las figuras son estudiadas desde varios lugares, uniendo luego las distintas visiones en una imagen más completa (pues aporta más información) aunque distinta a la habitual (visión simultanea). De esta manera, el toro tiene los dos ojos en el mismo plano o las distintas partes anatómicas del caballo pertenecen a puntos de vista contrarios (ver la cabeza).

Junto a esta técnica se observan también otras referencias típicas de la representación contemporánea. En ciertos lugares se aprecia la deformación a la que Picasso somete a las formas para darles una mayor expresividad, como ocurre en la cabeza del caballo, las manos agrandadas de la mujer que sujeta a su hijo muerto o las piernas deformes de la mujer de la derecha. De la misma manera, se producen transferencias de las cualidades de los objetos, convirtiéndolos unos en otro, tal y como ocurre en las lenguas que se convierten en objetos punzantes, como cuchillos, o en los ojos de las dos mujeres extremas en donde los ojos se han convertido en sus propias lágrimas.

Estas dos últimas características parten del mundo surrealista que Picasso frecuentó a finales de los años veinte y en la década de los treinta. Su idea de libertad expresiva es también patente en ciertas sugerencias del dibujo infantil que tiene el cuadro y que el pintor estaba descubriendo en esos momentos. Partiendo de esa experiencia (el dibujo infantil no pinta las cosas como las ve sino como las sabe) redujo algunos elementos a su pura esencia visual, dando los suficientes datos para que la imagen, sin ser una copia de lo real, fuera entendible, tal y como ocurre en la flor de la estatua o el dibujo de la bombilla.

El color,  la luz y el espacio


El color y la luz funcionan de una forma conjunta. Desde el primer momento, Picasso pensó en el cuadro como una imagen en blanco y negro que, en su limitación cromática, pudiera transmitir todo el clima de dolor y tragedia. Sobre este fondo, los gestos dramáticos de los personajes quedan en suspenso, como gritos aterradores dentro de un silencio general al que colabora la ausencia de color, aunque no de tonos, pues el gris, en diferentes gradaciones, atempera y da cohesión a los bruscos contrastes del blanco y el negro. (Ver cabeza del caballo).

En cuanto a la luz, ya desvinculada de la recreación naturalista de la realidad (claroscuro clásico), ilumina la escena sin obedecer a ningún tipo de foco. Se trata de una luz anti naturalista que sirve, ante todo, para guiarnos por el cuadro creando efectos que acentúan el dibujo (mano que porta el candil cruzada por distintas sombras, efecto de la sombra proyectada por la mano de la estatua) o la tragedia (ventana fuertemente iluminada en la izquierda, demasiado pequeña para poder salir del incendio). En general, los personajes fundamentales aparecen fuertemente iluminados, sin sombras, lo cual acentúa su bidimensionalidad.

El espacio, sobre todo al principio, puede resultar difícil de entender. Su extrañeza es producida por la desaparición de la perspectiva, típica desde el Renacimiento. Desde las primeras experiencias cubistas desaparece la idea del cuadro como una ventana. Ya no se pretende la representación real del mundo, y el lienzo se convierte en un espacio bidimensional que renuncia al fondo, presentándonos todas las imágenes en el mismo plano. Ya no se recurre al artificio de hacer más pequeñas las cosas en función de su distancia al espectador, y de la misma manera se elimina el claroscuro que modelaba las formas. Tan solo en algunos lugares (cuello de la estatua, cabeza del caballo...) se conserva una cierta representación tradicional que sirve para facilitar la lectura de las imágenes.